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Un verano abrasador
Estamos en el último fin de semana del verano de 2022. Me he centrado en contar los viajes a Cantabria y a Irlanda, tanto en fotografía como en literatura, que no he comentado en este diario nada sobre cómo ha transcurrido, ni he mostrado otras fotos. Lo primero que he de decir es que ha sido un verano muy caluroso. Empezó con olas de calor en junio antes de su inicio astronómico y que salvo días excepcionales el calor ha sido excesivo tanto desde el punto de vista estadístico como desde el punto de vista sensitivo, hasta los huevos de él. Y también ha sido seco, aunque los números digan que no, pero venimos de un invierno y una primavera con pocas lluvias y con el alto nivel de calor ha provocado sequías y restricciones de agua en muchos lugares. Lo bueno es que ha sido, después de dos que no, un verano normal, en cuanto al virus. Tuvimos una super ola en el mes de junio y pasada esta, los niveles de contagios y sobre todo el impacto en la salud han sido bastante leves. Casi que nos hemos olvidado de él. Como todos los veranos mientras no hay oportunidad de ir a nuevos y exóticos parajes, la familia los pasamos entre Madrid, Peralejos de Las Truchas y El Saber. Mismos sitios, mismas fotos. Pero siempre intentando mejorar.
El estío es buena época para la fotografía nocturna. Hay que aprovechar las noches templadas o, al menos, poco frías para salir y fotografiar el cielo estrellado. El primer fin de senmana de julio había luna nueva. así que era bueno para intentar capturar la vía láctea. El escenario, la ermita de ribagorda, Alto Tajo. Comprobé con las aplicaciones del móvil la hora en la que sería visble. Por la tarde fui a buscar mi composición ya que luego por la noche es complicado. Pues bien al final sobre la marcha fui cambiando la posición de la cámara pues no estaba contento con los resultados. Por un lado la contaminación lumínica de Peralejos y sobre todo de Checa afeaban el cielo. Por el otro, a pesar de la planificación, la ermita y la vía láctea no se veían enteras con el 14 mm. De las tomas que hice al final me quedo para mostrar con una donde la vía láctea se ve más. Claro que con una rara composición con la ermita medio tumbada por la distorsión óptica del gran angular y la silueta negra de los arboles que no se sabe muy bien que es lo que es. La luz roja en los arcos de la ermita está lograda con una linterna. De casualidad, procesando en Lightroom la foto, descubrí una nueva opción que son los ajustes preestablecids y ahí uno que resaltaba las estrellas de una manera que yo nunca sería capaz de hacerlo. Mi foto ya no es mi foto :D, se podría hablar mucho de ello. Pero cierto que las estrellas las capturé yo, no el Lightroom.
De vuelta a Madrid pasamos por los famosos campos de lavanda de Brihuega. Y tan famosos, estaba llenos de gente. He visto fotos espectaculares de ese sitio, atardeceres maravillosos inclusos nocturnas, pero no fue el caso, el día que estuvimos el atardecer fue bastante ñoño. Habrá que volver otro año.
Dos semanas después de la luna nueva tocó la luna llena, obvio. Era la super luna del verano y a por ella que fuimos, Navburis y yo, con el 100-400. Pensé un escenario, el donat del parque Juan Carlos I y planifiqué el punto y hora de disparo intentando capturar la luna asomando por encima del donut. Pues fallé. Tengo que trabajarlo más. La luna no apareció por donde esperaba y por lo tanto en ningún moemteo se asomó por detrás del donat. Al final la capturé muy por encima. Tampoco acerté con el enfoque, calculé la hiperfocal para que estuviera todo en foco pero la luna no lo está.
Como es habitual a finales de julio trasladé mi lugar de residencia a orillas del Mediterráneo y de L’Albufera. El gran interés fotográfico ahí, claro, son las aves acuáticas. Una razón de peso para comprar en su día el 100-400, y pesa, si. El estanque del Pujol, «el lago» es mi fuente principal de inspiración por la diversidad de aves que hay. Cada año van cerrando más área para los pájaros, lo cuál está muy bien para tranquilidad de los palmipedos pero muy mal para los fotógrafos que tenemos cada vez más lejos a los modelos. Pillé relativamente próximo a una pareja de zampullín cuellinego. Es un ave para mi llamativa. Fue entonces cuando pensé que un duplicador para el 100-400 sería una adquisición muy apropiada para acercarme a los patos y pajaritos. Así que me compré un duplicado con lo cual paso a disponer de un 200-800, olé. Sin embargo no volvía a tener a tiro a los zampullines cuellinegro.
Otra de las actividades tipicas de verano es hacer fotografía macro de bichitos. Este año lo he hecho muy poco, ya que no he sacado tiempo para ello. Solo minutos, no llegó a la hora. Y claro, ninguna fotografía que merezca la pena. Pero al final del veraneo, por la terraza de El Saler pasó un caballito del ddiablo y se posó en una percha del tendedero. Rápidamente fui a por el macro, me acerqué y a pulso disparé. A pesar de que tiene algo de trepidación está lo suficiente bien para apreciar al bicho y sus bonitos colores.La primera prueba que pude hacer con el duplicador en cuanto lo recibí fue una foto a la luna. Una luna con un 800 mm. Pues si, se ve más grande y aprecias mejor los cráteres y erosiones. Pero no es más que la luna y le falta un escenario que le aporte algo más. Por supuesto tuve que poner el tele sobre trípode y enfocar manualmente.
Con el 100-400×2 fui un par de días emocionado al Estany del Pujol. La verdad es que este año de poca aportación hídrica, la superfcie del agua es mucho menor que otros veranos. Sin embargo a pesar de ello, he visto menos limícolas y zancudas en las orillas fangosas. No sé si ha sido por la nidificación de nuevo de las gaviotas que hacía unos años que llenaron las playas del lago hasta mitad de agosto: Los que si han aparecido han sido los flamencos. Algunos días hasta un veintena de ellos. Con el 400 convertido en 800 podía tomar primeros planos de ellos, genial, pero de paso descubrí las desventajas de este sistema. Enfocar es complicado, la apertura focal se duplica, es decir pasa de 4.5 a 9 y pierdes el doble de luz, la trepidación de las fotos es más probable y es imposible seguir objetos en movimiento.
Ya acabando el veraneo un cactus nos regaló una flor. Son espectaculares estas flores pero duran escasamente un día. Así que no es frecuente tener la oportunidad de fotografiarlas.
Y hasta aquí, repaso y punto final al verano 2022.
Pisando el Cantábrico
No había estado en Cantabria / Santander hasta este fin de semana que hemos hecho una visita rápida a Santander, Santillana del Mar, Comillas y Cartes. Un tiempo esplendido entre 17 y 28 grados y con el viento del mar Cantábrico dando el punto de humedad justo para poder hacer turismo a cualquier hora del día con lo que hemos aprovechado mucho el viaje. Y mucha gastronomía gracias a las recomendaciones de un amigo de Bilbao.
La ciudad de Santander nos pareció muy agradable para vivir. Si bien la ciudad no es de arquitectura espectacular, tiene mucha área de expansión por la naturaleza con largos paseos bordeando el mar, el privilegiado entorno de la bahía de Santander, y amplios y verdes parques. Además nos pareció una ciudad relajada, sin mucho estrés urbano, con las persona yendo a las playas y disfrutando de la vida.
Tal vez el invierno sea otra cosa pero estos días que hemos tenido, diría que primaverales, invitaban a estar al aire libre. La tarde la empleamos en pasear hasta el Palacio de la Magdalena y de vuelta rematamos con una de las mejores cenas de los últimos tiempos.
El sábado pasamos primero por Cabo Mayor y luego a recorrer la costa. Santillana del Mar ciertamente es un pueblo bonito que mantiene casas de piedra espectaculares pero está sobre saturada de turismo. La mayoría de las casas son tiendas o restaurantes y la «foto» se echa a perder por la cantidad de elementos de reclamo comercial que tienen las fachadas. Dicen que antaño las vacas andaban sueltas por la calle, ahora las únicas que ves son de plástico.
A Comillas fuimos sobre todo para ver el Capricho de Gaudí. Llegamos a la hora que todo el mundo va a la playa y nos costó aparcar, eso si que fue un poco estresante. En el Capricho había cola para entrar… Decidimos primero ir a comer tranquilos y volver a primera hora. Un acierto, la comida y la hora de visita. La comida la hicimos en un restaurante en el mirador de la Corneja, un acantilado de vista impresionante de la costa Cantábrica y los picos de Europa al fondo. De vuelta a Comillas pudimos ver la excepcional obra de Gaudí con poca gente.
Cerramos el día yendo a la playa de la Arnía, llegamos a ponernos modelo de playa y meter las piernas en el agua pero no a bañarnos, a pesar de que el agua no estaba muy fría, pues no teníamos dónde cambiarnos luego y ya caía la tarde. Y esperamos a ver la puesta de sol, que estuvo bien pero nos faltó unas nubes que nos colorearan el cielo.
El domingo dimos un último paseo por las calles de Santander y un paseo en barco por la bahía para ver desde el mar la ciudad. Comimos en Cartes un pueblo que tiene una calle bonita de casas antiguas, y poco más, pero el objetivo era comer allí, en lugar recomendado, de camino a Madrid. Y fin de fin de semana. Cantabria nos ha gustado y queremos repetir en algún momento, hemos anotado sitios para visitar.
«comillas»