Elogio del otoño
Muchos animales, la berrea, y setas, sobre todo niscalos, como en muchos años no habíamos recolectado. A pesar de muchos líos domésticos y de trabajo, alguna mala noticia de salud de familiares cercanos, las obras en el edificio, las obras en la calle, por todos lados obras, estaba siendo un buen otoño climatológico.
Hasta el martes 29 que ocurrió la tragedia. El cielo se desplomó en forma de viento y lluvia torrencial sobre comarcas del interior de Valencia. Una DANA, lo que llamábamos gota fría de mis tiempos de estudiante. De libro, pero súper amplificada, 500 litros de agua por metro cuadrado y en menos de 24 horas. El calentamiento del Mediterráneo en 3 grados este verano presagiaba grandes lluvias, pero esto ha superado cualquier previsión. Me toca muy cerca. Entre mi casa y el horror solo nos separa L’Albufera. La peor parte se lo ha llevado no los lugares donde cayó el agua, que también, sino por donde ha pasado esa agua desbocada que ha desbordado los cauces. Alfafar y Sedaví son dos lugares habituales para mi: Los centros comerciales de estas dos poblaciones son mis sitios de compra. Y han acabado destruidos. Por suerte ni familia, ni amigos ni conocidos han tenido perdidas humanas aunque si daños materiales. Una catástrofe la destrucción de infraestructuras, viviendas, negocios … aunque mucho peor son los más de 200 personas fallecidas. Inimaginable el daño y el destrozo. La imagen de voluntarios yendo a limpiar me ha recordado cuando en las inundaciones de octubre de 1982 «la pantanà», otra gota fría que afectó a las comarcas de la ribera del Jucar, fui con mi hermana Pepa y un amigo, Juan Lázaro, a Gabarda, el pueblo de otro amigo, Vicente, a ayudarles a limpiar. La crecida del agua rompió la presa de Tous y eso provocó daños mayores a los propios de la intensa lluvia. Viajamos a dedo en un camión desde Madrid a Buñol, y allí mi tía nos llevó a Gabarda. Estuvimos todo el día limpiando de barro la casa de Vicente y de sus vecinos. La vuelta a Valencia la hicimos en un autobús con voluntarios de los astilleros de la Unión Naval de Levante. En el autobús, unos cuantos voluntarios se quejaron que les habían mandado a sitios donde no había nada o poco que hacer. La organización de la ayuda en los momentos de crisis es muy complicada. Al final, el pueblo, Gabarda, fue derruido.