Jordania tiene sus lugares de interés, impresionantes sobre todo Jerash y Petra y el paisaje del desierto Wadi Rum.
Pero aparte de estos puntos turísticos me ha gustado el observar la demografía del país. La gente, como vive, se viste, come, trabaja …
En nuestra relación con ellos hay agridulce. Las personas que tienen una cierta responsabilidad son hoscos, rudos, el personal de cabina de los aviones, los del control de pasaportes, la recepción de los hoteles, … en cambio en la calle fueron muy amables.
A pesar de que en Amán solo dejan construir con un tipo de piedra el país en general carece de urbanismo y adolece de mal gusto estético al no preocuparse del acabado.
Otra cosa que no gusta es la poca educación ambiental que tienen en general. Plásticos y papeles los tiran sin más con lo que arrastrados por el viento forman auténticos vertederos por doquier. Sin embargo entras en un edificio y está todo impecable.
En Jordania no tienes sensación de peligro, el país transmite tranquilidad. El integrismo religioso no se percibe, al menos como una amenaza para los no creyentes.
Las mujeres van con velo pero ves pocos niqab, que se ven, pero igual que se ven algunas mujeres con la cabeza descubierta.
La comida se repitió demasiado. Cenábamos en los hoteles y la verdad es que la variedad no era muy grande. Poco probamos el pescado ni la ternera. Cerdo obviamente nada. Pollo con arroz o cordero con arroz, Mansaf, y una variedad no muy grande de ensaladas que se repetían bastante.
El restaurante que más me gusto fue dentro de Petra un buffet que entre otras cosas tenían unos falafel muy buenos pero además es que todo estaba muy bien cocinado y aunque se tratará de la misma ensalada de todos los días, esa estaba muy buena. ¿O es que tenía hambre después de los 900 escalones de subir, y luego bajar, al Monasterio?