A principios de los 80 en una revista, creo que era de Pentax, vi un reportaje sobre un fotógrafo japones que hacía fotos desde un coche en movimiento. En blanco y negro con película que por el grano debía ser de 400 ISO o de más alta sensibilidad, el resultado era unas fotos movidas donde difícilmente se identificaban los objetos del paisaje. Las torres eléctricas, los postes telefónicos y poco más reconocias. El resultado era curioso, sugerente, aunque evidentemente no para todo el mundo.
Desde entonces es una práctica que hago de vez en cuando, disparar desde un vehículo en movimiento. A veces hasta queda muy bien, o al menos a mi me gusta porque al quitar definición en los objetos se resaltan otras cualidades como los colores. Otra particularidad es que el primer plano suele quedar movido mientras que el horizonte lejano queda estático (lo contrario a un barrido en al que seguir con la cámara al objeto en movimiento difuminamos el fondo )
El otro día tomé la cámara para hacer alguna foto de este estilo en mi viaje diario desde Gavimes (El Saler) a la oficina de Valencia, al lado del Mercado de Colón, y tener un recuerdo visual de esta parte de mi vida.
Para llegar a Valencia se coge un famoso autobús de color amarillo que hace el recorrido de Valencia hacía el sur a los pueblos ribereños al mar y a L’Albufera y viceversa. Dado que atraviesa el parque natural de L’Albufera por la zona conocida como Devesa, brazo de tierra entre la mar y el lago, el trayecto es paisajísticamenente muy atractivo. Acerté además con un día tormentoso, pues eso da carácter a las fotos. Lástima que no podía evitar el cristal de la ventana, por el reflejo, pero este es otro factor que bien usado le da personalidad a las tomas.
La primera parte del recorrido hasta el pueblo de Pinedo, previo paso por El Saler, atraviesa los campos de arroz periféricos a L’Albufera. En verano es un mar verde que se extiende amplio y plano mientras que al principio del invierno al estar inundados los campos es un enorme espejo donde se refleja el cielo.
A partir de Pinedo y cruzando el nuevo cauce del Turia se entra en entorno urbano no carente de interés, que no siempre de buen gusto, pues se mezclan elementos antiguos, barracas, casas de pueblo, huertas …, con nuevos desarrollos urbanísticos, autovías, ampliación del puerto, edificios modernos .. en un gran revoltijo caótico y llamativo.
Uno de los elementos que más me llama la atención es una iglesia en La Punta con su cúpula de cerámica azul, que en tiempos estaría rodeada de huertas y ahora ha quedado encajada entre vías de tren, autopistas y solares para contenedores. Queda como un espectro de otra época.
Entrando ya en Valencia por esta zona antaño campestre y huertana (¿qué ha sido del camino de les moreres que recuerdo de mi infancia un camino entre cañas y árboles? ) y ahora a medio camino de la urbanización, con puentes, edificios y calles a medio hacer y con vistas al circuito de fórmula 1, llegamos al complejo peculiar de la Ciudad de las Artes y las Ciencias. Todos los días me quedo mirando mientras puedo a los obreros que trabajan en la cúpula del inacabable, ni a tiros, edificio Ágora.
Otro punto de visión recurrente son las gárgolas con pretensiones góticas que le pusieron al puente inaugurado a finales del 1999 sobre el antiguo cauce del río. Y finalmente llegamos a la parada de la Plaza de Cánovas al lado del mercado de Colón, una de las zonas más bonitas de Valencia. Entre otras atracciones tiene la librería Railowsky, irresistible no mirar el escaparate.
Fin de viaje!