Parece mentira, ha pasado un año desde que empezó la pesadilla del virus y seguimos empantanados con él. Tal vez ahora más que nunca. La memoria no es precisamente un registro exacto, según pasa el tiempo los recuerdos se modulan con las experiencias posteriores. Antes de que olvide mucho quiero contar lo que recuerdo y no pretendo que sea verdad, solo son mis recuerdos con sus sensaciones, sentimientos y los pensamientos que me generaron.
Para mi este cuento de no dormir comenzó una noche de enero de 2020, próximo al año nuevo chino, cuando en unas noticias comentaron una enfermedad que se estaba dando y transmitiendo en la ciudad china de Wuhan. Primera vez que oía hablar de esa ciudad. Lo primero que pensé fue, vaya faena ahora que van a celebrar su fiesta más importante. Pero nada más. Hemos sabido de otras epidemias víricas en el lejano oriente, y eso, pues que es lejano. Día tras día las noticias fueron haciendo más gordo el problema: el virus de Wuhan. Vi alucinado, como todos, como construían hospitales a toda leche. Pensé que no lo harían porque sí, que tendría una razón, que había algo que no nos había llegado al cercano occidente, que debía ser muy contagioso. Y la alta contagiosidad, que no era una gripe al uso, quedó clara cuando hubo una infección masiva en Corea en un acto religioso. A finales de enero aparecieron los primeros casos en Europa, en Suiza y en Canarias. El mundo global mostrando su cara más negativa. Los pelos de punta.
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