Desde niños hasta el fin de los estudios medimos los años de septiembre a junio con dos meses de punto y aparte. Es el curso escolar. Luego con el trabajo el parentesís vacacional se hace más pequeño, un mes o tres semanas y pierdes algo la percepción de curso. Pero con los hijos se vuelve a vivir la intensidad del curso escolar. A la vuelta de vacaciones de verano te encontrabas alguna sorpresa para que cada curso empezara de forma diferente.
Al final de tantos años de convivir con este ciclo encuentras más coherencia narrativa en el plazo de septiembre a agosto que de enero a diciembre.
Y a mi también me ha traído cambios. Después de no se cuantos años seguidos, quince, creo, ¡me han cerrado el gimnasio! En marzo quitaron las clases de yoga y el 30 de junio portazo definitivo. En septiembre tendré que reinventarme.